miércoles, 24 de junio de 2009

LAS CASAS FLOTANTES DE LOS XILÓFAGOS









El día transcurría con normalidad, hasta que llego el abuelo muy acalorado.

- La situación se esta complicando demasiado, han venido muchos leñadores, y están marcando cientos de árboles para derribar, el nuestro no lo está aun, pero no creo que tarden en hacerlo.

Me acerque a uno de los múltiples orificios que nos conectaban con el exterior; era cierto, una ingente cantidad de hombres con grandes sierras se afanaban en la tala de los árboles, la mayor parte de los que rodeaban el nuestro yacían ya esperando ser troceados y acarreados hasta el rió. Las caras de toda la familia eran de tristeza y abatimiento, todo nuestro entorno estaba patas arriba; habían desaparecido muchos de nuestros conocidos y familiares, y no sabíamos que nos podía deparar el futuro.

La cuestión era ocupar uno de los numerosos árboles que derribaban, pero que no tuvieran interés maderero en ellos, si lográbamos alcanzar el rió, podríamos huy hacia otro lugar donde la vida nos fuera más tranquila, como lo era en este bosque antes de la llegada de los humanos y sus ansias de destrucción

Pronto vimos como unos trabajadores separaban unos grandes rollos de caoba del resto, y como entre ellos se colaban tres hermosos troncos de otra especie parecida, que seguro desecharían en algún momento, cuando comprobaran que no se trataba de la preciada madera. Enseguida mi padre aviso a su hermano y a un vecino, les conmino a que cogieran lo indispensable y se reunieran con nosotros para tratar de abordar dichos troncos; los pequeños vivíamos esto como una aventura, pero la expresión de los mayores delataban otros derroteros, para ellos se trataba de perder casi su vida, todos sus recuerdos, la tranquilidad y seguridad que ofrece conocer el lugar donde vives, la sociedad que has ido tejiendo a través del tiempo... todo perdido o apunto de perderlo.




Habían quedado los cabezas de familia - mi abuelo, el abuelo de mis primos y la abuela de los vecinos- a la caída del sol al pie de una frondosa teca, justo cuando los leñadores se retiraban a descansar ; la cuestión era atravesar un largo espacio sembrado de ramas y arboles caídos, hasta llegar a la orilla del rió y una vez allí, distribuirnos en los tres ejemplares elegidos, unos robustos arboles, de unos 50cm de diámetro y cuatro metros y medio de longitud. Llegamos a los troncos cuando comenzaba a despuntar el alba, nos quedaba poco tiempo para realizar los orificios pertinentes para poder entrar dentro de él y que los madereros no lo notasen, pues si tenían constancia de la presencia de algún elemento de nuestra especie, enseguida retirarían el tronco para quemarlo sin mas contemplaciones, no saben la cantidad de generaciones que podrían comer de esos arboles. Los mas experimentados barrenadores se pusieron al trabajo, y fueron abriendo galerías según la serie matemática de fibonaci, de tal forma, que según iban abriendo galerías íbamos entrando el resto para continuar el trabajo, la consigna era llegar a un punto de encuentro que seria nuestro espacio de congregación familiar, mas tarde lo repartiríamos según las necesidades; por otra parte quedaron rezagados los encargados de sellar y camuflar las entradas lo mas discretamente posible; tan solo quedaría dos orificios pequeños
a través de los cuales observariamos lo que sucedía alrededor.
Pasamos la noche nerviosos pero recobrando las fuerzas perdidas, recuerdo que el sabor de aquel árbol, no me era conocido -claro, siempre había comido del mismo árbol- pero no era desagradable, y además pensando que podría ser mi dieta durante largo tiempo, me esmeré en que resultara agradable a mi paladar.
Al amanecer asomé las antenas por un pequeño orificio, pronto vi a mi primo en otro tronco, nos saludamos y ambos una vez confirmada la ausencia de humanos, no encaramamos a lo alto de los mismos; una vista espectacular se presentaba ante nosotros, cientos de arboles tumbado en la orilla del rió, esperaban para ser transportados mediante la corriente del mismo; los vecinos se habían acomodado un par de troncos mas hacia el interior, pero al igual que nosotros, la curiosidad se apoderó de ellos, y también salieron al exterior, cruzamos uno saludos, pero de forma muy fugaz, pues cinco tipos con grandes ganchos y largas varas habían comenzado a echar a rodar los troncos hacia el agua, así es que a toda prisa entre de nuevo para contar lo que había visto a mi abuelo.

Cuestión de edad es la experiencia, por ello era mi abuelo quien llevaba las riendas de la comunidad; pronto mando sellar todas las posibles entradas tras notar el bamboleo producido al entrar el tronco en el agua, tan solo quedaron los dos orificios de vigilancia. Nos reunió a todos y nos contó, como en el pasado el había realizado un viaje similar cuando por descuido se introdujo en una rama muerta para comer y cuando se quiso dar cuenta aquello se movía; nos contó que al cabo de unas pocas horas, la rama se encalló en un montón de maleza y que posteriormente se paró sobre la arena del río, dijo que aquello le condujo a conocer nuevas partes de la selva que para el eran desconocidas, incluso que encontró nuevos alimentos mucho más ricos y en abundancia; en definitiva, nos animaba diciendo que aquello era cuestión de muy poco tiempo, y que en cuanto el tronco tocase una orilla, podríamos saltar y buscar un nuevo asentamiento.

El movimiento era suave, apenas perceptible, tan solo alguna vez se notaba cuando alguien pisaba sobre nosotros, o nos empujaban adquiriendo algo más de velocidad, pero la tónica era un movimiento leve, que se hacia agradable.

Pronto entro uno de los vigilantes, para avisar a mi abuelo, que estaban separando unos troncos de otros, enseguida subió a uno de los orificios para cerciorarse de la maniobra. Efectivamente, estaban apartando las piezas menos valiosas del resto, y esto era sinónimo de que pronto nos desviarían hacia una orilla; al cabo de un buen rato, apareció de nuevo el abuelo: Tengo malas noticias, nos han atado junto a otros troncos, y nos han separado, pero continuamos el trayecto por el rió, deberemos esperar algo más de tiempo.

Los días se sucedían, y no había visos de recalar en orilla alguna, entre tanto las familias ya acomodadas habían preparado los espacios necesarios para dormir, habían abierto las galerías donde nos alimentábamos y los lugares en los que los pequeños pasábamos la mayor parte del tiempo jugando; largas y largas galerias, donde jubabamos al escondite, o a correr como locos, o mejor dicho, como cualquier pequeño; se podía decir que no echábamos nada en falta, era como una nueva casa, pero una casa....flotante




BENDITA CRISIS

Todos nuestros días, desde hace ya algún tiempo, nos vienen machacando, asustando y alienando con la murga de la crisis; que quieren que les diga, no es que me alegre de la situación actual, sobre todo la de los menos favorecidos, que como siempre acaban pagando los platos rotos, pero ahora me permito el lujo de no salir a cenar por ahí, ceno en mi casa con los amigos, que es más sano, más barato, y más bonito; de no tener que comprarme más ropa, por que no la necesito, tengo suficiente hasta que me muera; de no tener que preocuparme de si cambio o no de coche, el que tengo con diez años funciona de maravilla y espero que me dure otros tantos; me permitiré el lujo de no obligar a mis hijos a realizar todas las actividades extra- escolares del mundo, y así podrán descansar un poco más y jugar en el parque, como deben hacer los niños; me alegro de no tener que consumir porque sí, para que los ricos sean más ricos, que por cierto a ellos no les afectan nunca estas cosas. En definitiva, bendita crisis, que nos permite pararnos y ver la vida de otra forma.

lunes, 1 de junio de 2009

A VUELTAS CON LA MADERA

Hay personas que parecen creer que van a alcanzar la inmortalidad. Ayer se acerco a mi taller un potencial cliente - así llamamos a todo aquel que se acerca a nuestra obra pensando ilusamente que nos van a comprar algo, nada más lejos de la realidad-; en principio la obra le parecía muy sugestiva, realmente impactante, y muy muy original - según palabras suyas- eso si, había un pero, el material; la madera es un material.... digamos que poco duradero, tiende a variar con el tiempo, y a veces se agrieta, le salen fisuritas... no es como la piedra, o el bronce, es como de segunda clase - insistía-; salimos del taller y dimos un pequeño paseo por el jardín donde tengo colocadas las piezas de exterior. ¿Lo ves? ¿ves lo que te digo de las grietas y como se deteriora la madera?; yo atendía ensimismado a sus explicaciones intentando no darle un golpe en la cabeza; precisamente las piezas de exterior están así, porque yo lo quiero, porque me gusta ver como trabaja el tiempo y la naturaleza sobre ellas, y a pesar de ello, les doy un tratamiento, para frenar o paralizar ese proceso cuando yo lo estimo conveniente.
Me venían a la cabeza las imágenes de la madera gastada por el tiempo de las ruedas de carro de olmo, o los yugos de los bueyes de principios del siglo pasado, también edificios o iglesias enteras fabricadas de madera del siglo XV, o los coros , sillería y retablos de épocas más antiguas todavía; según el iba hablando, las imágenes que mi cerebro recordaba de objetos realizados en madera y que aun hoy existen se retraían en el tiempo, hasta los objetos fabricados por los egipcios hace tres o cuatro mil años. Entonces caí en la cuenta de que esta persona, ya no era un potencial cliente ni merecía serlo.
Creo que las obras de arte, deberían auto destruirse en un determinado tiempo, - lo que dure el comprador- de esta forma, evitariamos la mercantilización de la misma y el hecho de que individuos como este piensen que una obra de arte es un negocio y no un ejercicio de sensibilidad.
Además así los artistas vivos quizás pudiéramos vivir de lo que hacemos, y no esperar a la muerte como es el caso de muchos autores para que su obra alcance un valor del que no se va a beneficiar y que además no le corresponde.