lunes, 8 de octubre de 2012

El cartel IV


Airam tendía la ropa , iba del barreño a las cuerdas y viceversa , eran gestos mecánicos repetidos una y otra vez aprendidos a fuerza de coladas; de cuando en cuando, se recogía el cabello y miraba hacia el horizonte, en este caso una bella montaña que se levantaba sembrada de pinos frente a su casa; esta daba justo a un cruce de caminos y era paso necesario en los paseos matutinos o vespertinos de los habitantes de aquel lugar, bien fueran jubilados que cumplían  con su ejercicio diario,o de los jóvenes y parejas que ascendían hacia el campo de fútbol  o hacia el pinar que se encontraba al culminar el collado. Airam soñaba, siempre con los ojos abiertos, soñaba, esperaba quizás el día en que él apareciera, el día en que viera sin lugar a dudas a aquel loco que le escribía aquellas cosas en el cartel de enfrente de su casa.pero como saber quien era, con la cantidad de personas que transitaban por aquel lugar... En alguna ocasión se había asomado a la ventana durante la noche alertada por los continuos ladridos del perro del vecino, pero tan solo había podido intuir alguna sombra, de la cual por supuesto ella había huido de puro miedo, quedándose con las ganas de poder ver a su galán; pero no importaba, siempre quedaba su sueño y su cálida mano que penetraba acariciando la intersección de sus muslos. Cierto que el cartel la estimulaba, y que, como no reconocerlo, la alagaba sobremanera el volver del trabajo o despertarse con un nuevo mensaje, con una nueva caricia visual, pero le empezaba a pesar el anonimato, esa falta de gallardía que sin duda empañaba la imagen de aquel amante en potencia.




 A veces el cartel  se deterioraba, como en este caso tras unas lluvias, pero luego recobraba su esplendor tras los cuidados esmerados de su autor.


                                 De las proposiciones más incisivas a las suaves melodías líricas


                                              Al final siempre era un regalo para ella.



1 comentario:

Anónimo dijo...

...hay árboles en alguna de cuyas ramas cuelga lo que siento por esa dama. Notas que el viento y la lluvia habrán de acariciar como lágrimas que caen al suelo... Siempre pensé que el que se ampara en el anonimato lo que desea en el fondo es que le desvelen. ¿Qué gloria hay en el crimen perfecto si nunca te lo van a adjudicar? Y así silencio y espera...