lunes, 10 de marzo de 2008

Bichos y caprichos

Bicho es ese animal que recorre tu cuerpo alimentándolo de endorfinas, mientras tu mente, obsesivamente, se faja con mil y un detalle de la pieza que estás proyectando. Ese bicho, al tiempo que te fagocita, sirve de sustento para poder continuar la búsqueda de una salida, la salida, la única viable que resuelva la validez de una obra. Porque sabes que está ahí, la tienes al alcance de tu mano, aunque no es nada sencillo encajar todos los detalles. Por ello, rumias y rumias, imaginas, piensas, ensamblas en la oscuridad del sueño, montando y desmontando el proyecto, visualizándolo una y mil veces hasta convertirlo en una bola que, alojada en ti, va creciendo día a día... mientras el bicho aguante...
El proceso de la creación es inesperado y casi siempre fatigoso. Buscas lo sencillo, lo fácil, lo lógico, y para encontrarlo recorres un laberinto de posibilidades donde, a menudo, aparece la equivocación. A veces el error es recuperable, sin embargo, en otras ocasiones te hace malgastar tu tiempo y un material irreemplazable. Hay piezas que te empeñas en sacar adelante y lo que acabas obteniendo es un churro, y las hay que nada más observar el material, ves el proceso y el final con tal nitidez que se puede decir que la obra se desliza entre tus manos. Tanto en lo bueno como en lo malo, puedo asegurar que es un trabajo grato, muy grato, donde disfrutas de una libertad de pensamiento inigualable y estableces un vínculo afectivo con el objeto a través de las sensaciones que tu cuerpo recoge.

Capricho
es la posibilidad de generar sensaciones agradables a través de la creación de una pieza sin más motivo que el de disfrutar de ella, pensándola, dándole vida y saboreándola posteriormente. Algunas esculturas poseen una carga ideológica o conceptual importante, otras son poesía en volumen; las hay simbólicas, que representan algo o alguien, y las hay que aglutinan los tres aspectos. Para mí, lo deseable es que todas ellas sean capaces de evocar algo y provocar en el espectador placer, placer sensorial. La escultura no ha de ser vista, ha de ser poseída como si de un/a amante se tratase, con cierta pasión; he escrutado todas y cada una de mis piezas, las he acariciado sintiendo sus texturas o sus volúmenes, he olfateado las fragancias ofrecidas por cada uno de los árboles con los que voy trabajando... incluso en las más propicias, intento escuchar su voz, porque las maderas también producen sonidos; en definitiva dejo que mis sentidos se apropien de ellas. Por eso nunca entenderé el que en las exposiciones, cada vez que te acercas a una pieza, aunque solo sea para ver algún detalle, rápidamente haga su aparición un ser uniformado advirtiéndote de la imposibilidad de molestar de cualquier forma el objeto. Entiendo que hay mucho gamberro suelto, pero me cuesta creer que acudan a las muestras de arte y, créanme, esto, a mi modo de ver, supone levantar un muro entre el espectador y la obra. En mi caso, yo les invito, autorizo y animo a que palpen, huelan y observen cualquiera de mis trabajos. Tan solo pediría el mismo trato que le dispensarían a un ser humano.

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