Llega un día en que te preguntas qué es lo que has hecho a lo largo del tiempo transcurrido de tu vida, que te apetece poner un poco de orden en tus cosas y echar cuentas, mirar hacia atrás y analizar si realmente el camino que has recorrido es satisfactorio, si vas consiguiendo tus propósitos, tus anhelos. Siempre he pensado, bueno, no solamente pensado, sino constatado, que las obras que realmente son buenas, perduran y continúan guardando su frescor; continúan comunicando algo. Este trabajo -el del catálogo- me ha permitido ver las obras con la perspectiva del tiempo, y me ofrece la posibilidad de recordar momentos, materiales, situaciones y personas que han estado relacionados directamente con las piezas.
Son varios los motivos que me han conducido a realizar este catálogo: el primero y más íntimo es ofrecer a mis hijos una recopilación de gran parte de mi trabajo como escultor, acercarles a obras que nunca han visto y que, probablemente, nunca vean, pero que resultan importantes para entender la trayectoria de mi trabajo. Resulta muy gratificante y emotivo poder ofrecer este pequeño regalo a unas personitas que despiertan en mí sensaciones indescriptibles de felicidad, de pasión y de gozo, incomparables a cualquier otro hecho que se produzca a lo largo de mi vida.
Otro motivo es el dejar constancia de lo hecho, trascender no solo a través de mi descendencia, sino también de mi trabajo; valorar éste como una obra elaborada a lo largo del tiempo y que solo se completará el día en que la vida me abandone. Y aun entonces, sé con seguridad que las piezas continuarán su existencia y su modificación durante un periodo indeterminado. Para mí el concepto de obra es algo que discurre a través del tiempo, es el producto de la suma de muchos actos, de muchos momentos, de muchas reflexiones, que no se proyectan únicamente en un objeto. Todas las piezas tienen un hilo conductor que las configura como elementos de ese pequeño puzle que son mis pensamientos.
Las esculturas en sí también merecen este catálogo, su presentación y su divulgación. Así mismo lo merecen las personas que siguen mi trayectoria; a ellas deseo ofrecerles pistas sobre mis motivaciones a la hora de enfrentarme al hecho creativo. Me gusta trabajar con la Naturaleza, sobre todo porque me siento profundamente integrado en ella y la acepto tal y como es. Considero varias las formas de enfocar el trabajo: se puede intervenir en ella o actuar con sus elementos; yo prefiero respetarla: elijo materiales que me puedan interesar, como son árboles, huesos, espinas, piedras..., y tratarlos en mi taller. Algunas veces los transformo e intento exponer nuevas lecturas de los mismos; otras veces simplemente los presento con la menor modificación posible, con el objeto de dotar de mayor importancia al elemento del que se trate y reivindicarlo, dándole, como mínimo, la importancia que todo ser vivo ha de tener y siempre dejando la puerta abierta a que el transcurso del tiempo actúe. Todo lo orgánico tiene vida, lo que implica una transformación, y esto sucede también en el orden estético; si seguimos el proceso de un ser vivo, por ejemplo una rosa, desde la formación del capullo, su posterior manifestación como flor, la caída de sus pétalos dando lugar al fruto hasta la integración de todo ello en el manto vegetal que configura el suelo, veremos que cada estadio nos ofrece un aspecto estético distinto. Ocurre que el ser humano desarticula ese proceso y se queda, exclusivamente, con una parte, en este caso con la exultante rosa florecida. No deja de resultar curioso que el momento que se elige como modelo de representación de todo un proceso sea el más cercano a la madurez sexual; creo que esto tiene bastante que ver con el sentido de la vida y de la muerte con que el hombre ha rodeado toda su existencia, así, en la representación humana comúnmente utilizada, no aparecen los viejos, tampoco las arrugas: se trata de omitir el camino a la muerte, aunque este proceso realmente a lo que conduce es al nacimiento de nuevos seres y nuevas formas. Me apasiona el tránsito colorista que viste el ocaso de las hojas de los árboles caducifolios en otoño, o la vistosidad de los frutos del escaramujo tras la floración. Me fascinan las puestas de sol, aunque signifique, en alguna medida, la muerte temporal del gran astro.
Son varios los motivos que me han conducido a realizar este catálogo: el primero y más íntimo es ofrecer a mis hijos una recopilación de gran parte de mi trabajo como escultor, acercarles a obras que nunca han visto y que, probablemente, nunca vean, pero que resultan importantes para entender la trayectoria de mi trabajo. Resulta muy gratificante y emotivo poder ofrecer este pequeño regalo a unas personitas que despiertan en mí sensaciones indescriptibles de felicidad, de pasión y de gozo, incomparables a cualquier otro hecho que se produzca a lo largo de mi vida.
Otro motivo es el dejar constancia de lo hecho, trascender no solo a través de mi descendencia, sino también de mi trabajo; valorar éste como una obra elaborada a lo largo del tiempo y que solo se completará el día en que la vida me abandone. Y aun entonces, sé con seguridad que las piezas continuarán su existencia y su modificación durante un periodo indeterminado. Para mí el concepto de obra es algo que discurre a través del tiempo, es el producto de la suma de muchos actos, de muchos momentos, de muchas reflexiones, que no se proyectan únicamente en un objeto. Todas las piezas tienen un hilo conductor que las configura como elementos de ese pequeño puzle que son mis pensamientos.
Las esculturas en sí también merecen este catálogo, su presentación y su divulgación. Así mismo lo merecen las personas que siguen mi trayectoria; a ellas deseo ofrecerles pistas sobre mis motivaciones a la hora de enfrentarme al hecho creativo. Me gusta trabajar con la Naturaleza, sobre todo porque me siento profundamente integrado en ella y la acepto tal y como es. Considero varias las formas de enfocar el trabajo: se puede intervenir en ella o actuar con sus elementos; yo prefiero respetarla: elijo materiales que me puedan interesar, como son árboles, huesos, espinas, piedras..., y tratarlos en mi taller. Algunas veces los transformo e intento exponer nuevas lecturas de los mismos; otras veces simplemente los presento con la menor modificación posible, con el objeto de dotar de mayor importancia al elemento del que se trate y reivindicarlo, dándole, como mínimo, la importancia que todo ser vivo ha de tener y siempre dejando la puerta abierta a que el transcurso del tiempo actúe. Todo lo orgánico tiene vida, lo que implica una transformación, y esto sucede también en el orden estético; si seguimos el proceso de un ser vivo, por ejemplo una rosa, desde la formación del capullo, su posterior manifestación como flor, la caída de sus pétalos dando lugar al fruto hasta la integración de todo ello en el manto vegetal que configura el suelo, veremos que cada estadio nos ofrece un aspecto estético distinto. Ocurre que el ser humano desarticula ese proceso y se queda, exclusivamente, con una parte, en este caso con la exultante rosa florecida. No deja de resultar curioso que el momento que se elige como modelo de representación de todo un proceso sea el más cercano a la madurez sexual; creo que esto tiene bastante que ver con el sentido de la vida y de la muerte con que el hombre ha rodeado toda su existencia, así, en la representación humana comúnmente utilizada, no aparecen los viejos, tampoco las arrugas: se trata de omitir el camino a la muerte, aunque este proceso realmente a lo que conduce es al nacimiento de nuevos seres y nuevas formas. Me apasiona el tránsito colorista que viste el ocaso de las hojas de los árboles caducifolios en otoño, o la vistosidad de los frutos del escaramujo tras la floración. Me fascinan las puestas de sol, aunque signifique, en alguna medida, la muerte temporal del gran astro.
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