lunes, 10 de marzo de 2008

Prólogo

Bajo la polifacética peripecia vital de Federico Gómez Álvarez fluyen varias corrientes subterráneas que, a veces, afloran con fuerza o incluso torrencialmente. Una de ellas es la pedagógica, que riega con abundancia muchos de los campos de sus conductas.
Pero ahora nos ocupamos sólo de su obra artística, predominantemente la ejecutada sobre madera.
No sé si la elección de dicho material se debe a la búsqueda de algo más dócil y agradecido que la piedra, el hierro o el hombre. O si ha emprendido la cruzada de liberar y dignificar un elemento usado habitualmente en aspectos decorativos, utilitarios o serviles. Estoy pensando, así por encima, en molduras, en muebles, en edificios, barcos o imaginería... Pero pocas veces se ha elevado la madera a un nivel expresivo propio, con categoría estética independiente. Y aquí es donde sospecho, o intuyo, la pulsión pedagógica del artista, obstinado en disciplinar, en educar, en elevar a un nivel autónomo de expresión este privilegiado parto de la naturaleza, vigoroso, firme, maleable y vivo, que es la madera.
Como maestro lúcido, Federico sabe que ayudar a que alguien aprenda a ser libre pasa por el hallazgo o aceptación de normas, que en el hombre son morales y en las cosas, en la madera, constituyen una sutil armonía con las redes de necesidades y contingencias de la que, otrora, llamábamos Madre Naturaleza.
Por eso el escultor labra y disciplina la madera para que sea capaz de comunicarse con el lenguaje excelso de la estética.
Y hasta parece que sus bosques le miran con gratitud.

No hay comentarios: